7 de abril de 2006

tierra

Fue hace unos años, cuando subí con un amigo a ver cómo habían quedado mis castaños después del último incendio.

Eran una poco más de una docena de plantas, la mitad de ellas brotadas del anterior incendio, haría unos seis o siete años, las otras, las más bajitas, plantadas por mí hacía tres.

Además de los castaños, había dos cerezos que me llegaban por la cintura, que eran mis predilectos. Lo cierto es que (de ilusiones también se vive) no era totalmente altruísta mi amor por esos árboles, y se me hacía la boca agua fantaseando con el día en que empezasen a dar fruto. No se porqué me figuraba que esos dos arbolitos tan graciosos tenían que dar forzosamente las mejores cerezas del mundo.

Uno de los días más penosos de mi vida, estar en medio de la tierra chamuscada, contemplando el plástico de la tela que protegía los jóvenes tronquitos de los jabalíes, derretida y pegada al tronco renegrido.

Por si a alguien le interesa, aún lo volví a intentar una vez más. Luego vino otro incendio y mande mi ilusión de ver crecer árboles en esa leiriña a la puta que la parió.

Mi colega me debía ver de muy mala ostia, y me hizo saber que entendía mi enfado, porque al fin y al cabo “esa era mi tierra”.

La verdad es que nunca lo había pensado. Luego, ya en casa, respondí en soledad a lo que me había dicho: No, no es mía. No me duele porque sea mía. La tierra no es mía, la tierra es de la tierra. Míos eran los árboles, que había plantado, limpiando el lugar de xestas y zarzas. Que había regado el primer año, trayendo agua en bidones para que no se secaran en ese verano tan seco, el primero de vida para ellos fuera del invernadero. Eran mis árboles porque eran sujeto de mis ilusiones. Eran tan míos como mi madre o mi compañera. No eran míos porque los poseyera, eran míos porque los amaba.

Lo cierto es que desde ese momento que lo pensé por primera vez, la idea de que yo, alguien, pudiera poseer un pedazo de tierra se me antojaba absurda. ¿Cómo voy a poseer yo la tierra? La tierra es...de la tierra. ¿Acaso puedo guardármela en el bolsillo? Aunque tuviera un bolsillo tan grande como la parcela. ¿Podría? Y llevármela consigo dejando...¿el qué? ¿un pozo al centro del planeta? ¿una ventana a los infiernos? ¿un agujero negro?

Yo puedo tener el usufructo de la tierra. Puedo decidir qué árboles planto para que sean pasto de la llamas. Tengo derecho a recoger su fruto, siquiera en sueños. He adquirido el derecho a usar la tierra, ese pedazo de tierra. Pero la tierra no es mía.

Más bien yo soy de ella, ya que ella está ahí antes que yo.

Nosotros la parcelamos y la aprovechamos, de forma más o menos justa, y decimos: ésta es mía y ésa es tuya. Pero no es así. Ni ésta, ni ésa ni aquella son diferentes, son partes de la misma tierra. ¿Pudiera yo quedarme con toda la lluvia, con todo el rocío, con todo el sol? ¿De dónde me viene el agua del torrente sino del de la finca de al lado? ¿Acaso respetan mis lindes las mariposas, las avispas, los moscardones golosos de polen, y se detienen respetando mi propiedad privada? ¿Acaso lo hace el viento, o la noche, o la helada?

Yo entiendo la tierra como una máquina perfecta. Nosotros fuimos expulsados del paraíso por morder el fruto del conocimiento. Desde entonces, vagamos por ella como extraños en el seno de nuestra madre, que nos repudió cuando abrazamos la luz de la razón.

Ahora, podemos usar la tierra. Podemos incluso destruirla. Pero no podemos poseerla. Tan sutil como una pompa de jabón, cuando la apretamos en la mano para conservarla, la destruímos. Es lo que hacen los bebés (supremos egoístas) cuando un bichito les gusta, lo espachurran con su manita hasta quedar sólo una masa informe. Al querer poseerlo, lo matan. Igual pasa con las personas.

Antes, la tierra nos tenía a nosotros. En cierta forma, seguimos perteneciendo a ella y a ella volvemos. Pero nosotros, nosotros no podemos tener la tierra.

La tierra, o se tiene toda, o no se tiene. Era más lógica aquella época de los faraones, en que todo el reino era suyo. La tierra, con todo lo que volaba, corría o se reptaba, echase raíces o anduviese sobre dos pies, era propiedad del faraón. Y el faraón era dios, y la vida dependía de él. El resto de naciones también le pertenecían, sólo que aún no se habían enterado.

Filosóficamente, mucho más coherente que el mundo actual.

A quien dijera que: tal pedazo de tierra es mío, habría que coger una excavadora, cargar una bañera y llevársela hasta su casa. Descargar la tierra en la puerta de entrada, encima de su tejado, meterla por la chimenea. “Aquí tiene, su tierra, ¿me firma el albarán?”

La tierra estaba ahí. Luego llegamos nosotros y sobre ella habitamos. Nos organizamos en sociedades, tribus, confederaciones, pueblos, países, estados...y todo ello lo hicimos sobre una tierra. La tierra sobre la que vivíamos en ese momento era nuestra tierra. Grandes migraciones se han producido buscando una tierra sobre la que poder decir: ésta es mi tierra.

Y verdaderamente es suya, como suyos son sus amigos o sus hijos. No suyos porque los pueda vender y recibir oro a cambio. Suyos precisamente porque no los puede vender, suyos porque son, forman parte, de su mismo ser.

Así, la tierra era de todos, incluso del esclavo. El esclavo no amaba menos la tierra en la que nacía, aunque no tuviera derecho a beneficiarse de ella y sí sólo a dejar en ella su sudor. Pero era suya. Toda.

Con el devenir de los tiempos, el disfrute de esas tierras fue pasando de unas manos a otras. Pero la tierra seguía ahí. Cambiaban los pueblos que la consideraban como suya, pero ella permanecía íntegra, aunque la parcelasen. La tierra no sufría porque moviesen los marcos, sufrían los hombres, y por ello se mataban.

Esa idea, de que la tierra es...de la tierra, y que a todos nos pertenece. Que no existen parcelas estancas porque si hacemos daño en un sitio otro lo padece (los incendios, la pérdida de suelos, la contaminación del aire o de las aguas...). Esa idea es la que pondría como piedra sobre la que construir otro mundo.

Echando un vistazo a los campos, las tierras son de todos, de la sociedad. Es nuestra tierra.

Luego podemos llegar a algunas conveniencias, creando la propiedad privada para que tal o cual persona o familia se aprovechen de cada cacho. No parece que sea esa una forma muy justa de repartir los beneficios de la tierra. Al fin y al cabo, la propiedad privada es sólo una de las posibles formas de repartir el gobierno y disfrute de una tierra.

La tierra, léase Galicia, léase el Concello de Noia, léase la Bretaña, o la Francia entera...al fin partes en que mentalmente dividimos lo que es la tierra toda, una sola. De esta tierra que consideramos nuestra por en ella haber criado nuestros hijos, de esta tierra que es la que nos ha visto crecer, aceptamos no se porqué argumento de razón, que nos digan que tiene dueño.

Por razones que anteceden en mucho a nuestros padres y nuestros abuelos, se nos dice que pertenece a tal persona. Y nosotros aceptamos ese convencionalismo que es la propiedad privada de la tierra, del disfrute de la tierra. ¿y porqué le pertenece? Porque su padre y el padre de su padre y...Generalmente, al final de la madeja que se nos presenta como argumento de autoridad, desarrollándola, no se ve ninguna acción buena.

¿No parece más justo que el pueblo, de común acuerdo, dejase de respetar lo que se forjó, de mejor o peor arte, tras siglos de historia y, de un plumazo, creásemos leyes más sabias y justas?

La tierra, para el que la trabaja.

Qué fácil es decirlo. Y cuánta sangre derramada en los campos para impedir que, lo que parece de justicia, se lleve a cabo.

Ahora el problema es el suelo. El de las ciudades, el urbanizable, que ya el otro no vale nada. Bueno, también es importante otro tipo de suelo, el recalificable. Ése si que es buen suelo del que se obtiene abundante cosecha.

Los que tienen, acumulan suelo. Se dice que ya, las provincias de Mallorca, Alicante y todas las Canarias son de mayoritaria propiedad germana e inglesa. Y sin embargo, cuando paseo por Alicante, me sigue pareciendo la misma tierra, continuación de la que los hombres llaman Albacete. ¿Acaso ha dejado ahora Canarias de ser la tierra de sus gentes?

No, han perdido la titularidad de su suelo, que ahora sirve de disfrute para los guiris. Pero sigue siendo su tierra.

De la misma forma que los campos, las ciudades son de los que las habitan. Se puede aceptar la propiedad privada, y así que cada uno tenga su dinero, su coche o su piso. Ésta es tu casa y en ella no puede entrar nadie.

Sin embargo, lo que no puedes pretender es poseer la tierra. Porque la tierra, el suelo, como se llama en las ciudades...es de todos. Teruel es de los turolenses, Huelva de los onubenses y Badajoz de los pacenses (se nota que he buscado gentilicios curiosos, ¿eh?). ¿Y quienes son los Turolenses? Pues está claro: aquellos que viven en Teruel.

Así Galicia es de los gallegos, España, de los españoles y el mundo...de todos.

¿Consecuencias prácticas de este principio? Ni más ni menos que se puede tener el uso de una parcela, pero su posesión pertenece al Estado, es decir, a los habitantes de ese territorio, que son los que deciden cómo administrarla.

Así, el Estado puede ceder a un constructor una parcela para que en ella edifique un edificio de viviendas. Las viviendas son del constructor, que es quien ha pagado su construcción, y tiene derecho a venderlas y obtener lucro por ello. Entonces pasarán a ser propiedad de una familia que podrá disfrutar de su piso, ojalá que por muchos años si es que el constructor no era un delincuente y sisó en los materiales.

Probablemente el inmueble dure más que esa familia que lo compra, sobrevivirá incluso a sus hijos. Éstos, si desean cambiar de ciudad, podrán venderlo, ya que el piso es suyo, con ello comprarse otro piso en el lugar de destino. Pero lo que se compra o se vende es el piso, más nuevo o más viejo. Pero nunca suelo. Porque el suelo es de todos.

Con esto no quiero derogar la propiedad privada. Ni quiero ni dejo de querer, vamos. Sólo niego la idea de que nadie pueda poseer la tierra, una parte de la tierra.

La tierra, el suelo (solar hispánico que decían nuestros abuelos) no puede pertenecer a nadie y, por lo tanto, todos tenemos el mismo derecho sobre ella.

Nadie puede poseerla, sino sólo ser dueño de lo que de ella obtengamos (oro, fresas o ladrillos). Por lo tanto, parece justo que si la posesión no puede corresponder a nadie, su uso y su gobierno debiera corresponder a todos.

Sería pues la sociedad la que distribuiría, según criterios de justicia y no de privilegios basados en una propiedad privada, que no significa nada, y por lo tanto que nada justifica, la tierra y el suelo.

Para trabajar en ella y para vivir en ella y de ella.

No, no es la sociedad comunista. No tendría porqué. Con ello no cierro la puerta capitalismo. Aún no. Cada cual puede seguir teniendo dinero, joyas, acciones en empresas...incluso casas y chalets.

Pero no tierra.

La tierra es de los que vivimos en ella.

Y ella, nuestro honor y nuestras vidas, eso, no ha de ser posesión, herencia ni patrimonio de nadie.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

El pueblo dónde nací, el paisaje que lo rodea: a fraga de rañalobos, el camino que va al embalse con sus viñas y castaños centenarios... todo eso para mí es mi tierra, aunque sea una utopía, pero como es uno de mis hogares(el otro es tu corazón), un lugar al que quiero, lo considero como tal. Lo que me produce tristeza es que quienes manifiestan que la tierra es suya, la traten con tal desconsideración. Aún tengo suerte y mi pueblo no ha presenciado muchos incendios, pero el más grande que recuerdo y asoló mi querida fraga hizo que brotasen mis lágrimas, lástima que ellas nada pudieron apagar.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Vaya hermosura de texto, amigo.
Me parece que hacía tiempo que no leía algo tan veraz y tan honesto.
Gracias por escribirlo.